Ésta es la última galería de fotos del año que se nos va. No podía ser de otra manera.
Es tremendamente complicado hacer una foto en alta resolución cuando la imagen que tienes delante te hace temblar hasta las piernas. Éstos días que vivimos son días de Esperanza; días para estar con la familia y aprovechar cada minuto con ellos de la mejor manera posible.
La Virgen de la Esperanza Macarena es la Virgen de los cuadros de los
puestos que colgaban los pescaderos y carniceros del Mercado de la Feria
de la plaza pegados al los mitos de la revolución.
Es la Virgen de la leyenda que dice que sus hermanos del XIX le quisieron colocar el gorro frigio en lugar de corona cuando se proclamó la primera República. Es la de la estampa que escondían en la cartera los comunistas vecinos de San Gil, San Marcos o San Julián, la Virgen a la que iba a ver aquel anarquista sin credo para pedirle por la salud de su madre, consumida por las fiebres en algún corral de los callejones, porque también para ellos, como para los demás, cuando todo se termina, siempre queda la Esperanza. Es el perfil de esa Dolorosa que venía en las cajas de los mantecados El Mesías. Convenientemente recortado y enmarcado, presidía con la solemnidad de la pobreza las habitaciones de aquellos refugios de casitas bajas del Polígono.
Es la misma Virgen a la que Federico García Lorca vino a ver en 1922 -“maravillosa Macarena”- La misma a la que le cantó Alberti cuando llegó del exilio: “Dejame esta madrugada, secar mi llanto en tu pena, Virgen de la Macarena, llamándote camarada”, la misma ante la que se emociona Antonio Gala al verla venir de vuelta a la altura de Montesión “con las ojeras y ese rostro de mujer cansada, con ese andar de tacones doblados…” Es a la que va a ver Chaves o Carmen Romero desde el balcón de la calle Parras de la casa de Pavón en el que Pastora Soler le canta saetas. La asalariada de la compañía de Juanita Reina que cobraba un sueldo por cada función, la que bajó de su altar para que la viera Eva Perón, la que José Luis y José Victor, Victorio y Luchino definen como la mujer más elegante del mundo, la que recibe a diario el avemaría de La Esmeralda, la que va a buscar cada año María Galiana cuando llega a San Juan de la Palma. La Esperanza es la Virgen de la foto que el director de cine, comunista, ateo, Michleangelo Antonioni, tuvo en la cabecera de la cama cuando fue operado de un tumor. No estuvo en la guerra. La quisieron quemar viva pero se escondió. Y cuando se esconde no lo hace en palacios reales ni en mansiones imponentes, sino en el dormitorio de su limpiadora, que esa noche le dejó la cama.
Es la Virgen de la leyenda que dice que sus hermanos del XIX le quisieron colocar el gorro frigio en lugar de corona cuando se proclamó la primera República. Es la de la estampa que escondían en la cartera los comunistas vecinos de San Gil, San Marcos o San Julián, la Virgen a la que iba a ver aquel anarquista sin credo para pedirle por la salud de su madre, consumida por las fiebres en algún corral de los callejones, porque también para ellos, como para los demás, cuando todo se termina, siempre queda la Esperanza. Es el perfil de esa Dolorosa que venía en las cajas de los mantecados El Mesías. Convenientemente recortado y enmarcado, presidía con la solemnidad de la pobreza las habitaciones de aquellos refugios de casitas bajas del Polígono.
Es la misma Virgen a la que Federico García Lorca vino a ver en 1922 -“maravillosa Macarena”- La misma a la que le cantó Alberti cuando llegó del exilio: “Dejame esta madrugada, secar mi llanto en tu pena, Virgen de la Macarena, llamándote camarada”, la misma ante la que se emociona Antonio Gala al verla venir de vuelta a la altura de Montesión “con las ojeras y ese rostro de mujer cansada, con ese andar de tacones doblados…” Es a la que va a ver Chaves o Carmen Romero desde el balcón de la calle Parras de la casa de Pavón en el que Pastora Soler le canta saetas. La asalariada de la compañía de Juanita Reina que cobraba un sueldo por cada función, la que bajó de su altar para que la viera Eva Perón, la que José Luis y José Victor, Victorio y Luchino definen como la mujer más elegante del mundo, la que recibe a diario el avemaría de La Esmeralda, la que va a buscar cada año María Galiana cuando llega a San Juan de la Palma. La Esperanza es la Virgen de la foto que el director de cine, comunista, ateo, Michleangelo Antonioni, tuvo en la cabecera de la cama cuando fue operado de un tumor. No estuvo en la guerra. La quisieron quemar viva pero se escondió. Y cuando se esconde no lo hace en palacios reales ni en mansiones imponentes, sino en el dormitorio de su limpiadora, que esa noche le dejó la cama.
En aquella Sevilla del tránsito del Romanticismo al Modernismo y el
Regionalismo, en aquella Sevilla de Gonzalo Bilbao y Bacarisas, de
Albéniz y Turina, de José María Izquierdo y los Font de Anta, de los
Álvarez Quintero, Cernuda, los Machado, Aníbal González, Juan Talavera y
Fernando Villalón, Juan Manuel crea un nuevo canon estético de la
Semana Santa – aun hoy vigente- a partir de sus diseños para la cofradía
de San Gil, que dio origen al llamado “estilo macareno”. Dentro de ese
estilo se enmarca una nueva forma de vestir a la Virgen, lejos de los
severos colores y los tocados monjiles con que hasta entonces se
presentaba a las dolorosas.
Hasta tal punto impactó en la Sevilla de la época la manera que Juan
Manuel atavió a la Virgen de la Esperanza que da lugar a una imagen que
fue reproducida en innumerables soportes durante décadas. Es la Virgen
de los azulejos de Rodríguez y Pérez de Tudela y de Kiernam, como el que
vigila el Arco o como el que, tras presidir la fachada de San Luis,
está colocado en el pasillo que comunica la Basílica con San Gil. Es la
Virgen de las añejas fotografías color sepia y de antiguas postales
coloreadas, la Virgen de las latas de la Membrillera Industrial. Es la
Virgen a la que cantaron Manuel Torre y Centeno, el Gloria y Vallejo, la
que paseaba por Sevilla Rafael Franco el Viejo, ante la que rezaron
Alfonso XIII y Victoria Eugenia y ante la que fueron recibidos de
hermanos el Príncipe de Asturias don Alfonso y la Infanta Esperanza,
quién por Ella fue bautizada así. Es la imagen de la Virgen de los
Ceniza y de Amores, de Bandarán y el cardenal Almaraz, de Muñoz y Pabón y
Joselito el Gallo. De aquella hermandad de la Macarena que se abría
desde el barrio, las huertas y los mercados hacia la devoción universal.
Sólo es Ella, y con Ella os doy la Esperanza necesaria para éste nuevo año que se presenta.
GRACIAS A TODOS.
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